No podría empezar a
hablar de mi llegada a la Nueva Granada y mi encuentro con el mundo rural, sin
antes hablar de quien soy. Por tanto,
empezare por contarles que me llamaron Luz Marina, por capricho del cura que me
bautizo, pues el deseo de mis padres era ponerme el mismo nombre de mi madre,
mis hermanas mayores habían copado ya todos los nombres de abuelas y
familiares, por tanto remplazaría a mi mama; Pero al curita no le pareció
apropiado que en la misma casa hubieran dos Luz María, entonces agrego una N que hizo la diferencia.
Recuerdo una vida
en el campo, de mucha felicidad y tranquilidad, también de muchas privaciones,
ya que mi padre había sido asesinado dejándonos a todos muy chicos bajo la
única protección de mi madre, quien lucho día a día por satisfacer nuestras
necesidades básicas acompañadas de su eterna cantaleta “tiene que estudiar porque en la finca uno muere trabajando y no
consigue nada, míreme a mí, mi sueño era ser una maestra y no pude cumplirlo
porque papa no le daba estudio a las hijas mujeres”. Pues su cantaleta se volvió sentencia,
salimos del campo sin conseguir nada y con los años me volví maestra¡.
Hoy mi madre siente
un gran orgullo de mí, por haber dado continuidad a su sueño, que no era el
mío, pues mis aspiraciones de mochilera por todo el mundo, me impedían pensar
en llegar a vivir las cosas que ahora me llenan de felicidad.
En algún momento de
mi vida, y ante una gran necesidad de buenos ingresos, un amigo, me propuso
algo que marcaría mi destino de maestra: enseñar en un jardín infantil.
No era ni mi
vocación, ni mi profesión, ni mi sentimiento, pero el mundo de la enseñanza, se
convirtió en mi mejor aprendizaje. Y después de vivir esta maravillosa
experiencia, no me imagino haciendo algo mejor. Bueno, tal vez un atardecer en
una ranchería en el cabo de la vela podría superarlo, nada más.
Después de cuatro
años de experiencias en el mundo de la escuela, llegue a la Nueva Granada; una
dimensión desconocida para quien ha deambulado por el mundo de los privados,
con sus excesos de todo, hasta de trabajo.
Ante la negación de
aceptar un hecho que aun marca mi vida emocional, donde solo quería alejarme de
mi pueblo, participe en el concurso de ingreso a la carrera docente y pase,
entre a hacer parte del maquiavélico mundo 1278; de eso hace ya doce años.
Nuestra llegada a
la escuela no fue fácil, y digo nuestra, porque conmigo llegaron otros tres
compañeros, que aunque ya no están acá, aun son parte importante en mi
vida. A su lado viví grandes tropiezos,
desde las caídas y trillada de barro en la vía a Coloradas, el acoso inicial
por parte de la rectora, secretaria y compañera de sede, hasta los desplantes
de las demás compañeras quienes nos veían como usurpadores, quizás lo éramos,
pero no de manera ilegítima.
Llegar a manejar
varios grados en el mismo salón, lo dejan a uno fuera de base, no hay escuela
normal, ni universidad que te preparen para hacer este trabajo. De nada sirven
los modelos pedagógicos y las teorías vistas, si no sabes como desenvolverte en
un espacio donde tienes por lo menos que atender a tres grupos diferentes, con
distintas necesidades y con variados niveles y ritmos.
Ahí si no tenía saberes
previos, llegue nula, vacía a este mundo, solo me acompañaban dos pequeñas
cositas, que han sido la clave de mi éxito en la vida, y digo éxito, a pesar de
tener los bolsillos vacíos, dos matrimonios fracasados y muy pocos amigos. Y es
éxito; con mayúscula y en negrilla, porque he sobrevivido y salido avante en
cada cosa que me he empeñado en hacer, sin cargar conmigo los remordimientos,
solo las culpas. Esas pequeñas cositas,
me las enseño mi mami, que no llego a ser profesora, pero es quien más y mejor
me ha enseñado en la vida, se llaman: orden y dedicación.
Entonces, armada
hasta los dientes con orden y dedicación, empecé a organizar rutinas de trabajo
con los diferentes grados, eso me permitía tener control y manejo del grupo.
Como lo hice? Diseñando diversas actividades que pudieran ir desarrollando los
diferentes grupos, mientras llegaba su turno de recibir la orientación. Así, empezaba a orientar la clase con los
grados superiores que tuviera, mientras los inferiores, tenían otras actividades,
que estaban relacionadas con sus aprendizajes (sopas de letras, crucigramas,
mapas conceptuales, lecturas, caligrafía). Cuando terminaba, seguía con otro
grado y así iba rotando, de acuerdo a los tiempos de las actividades.
Aun hoy en día sigo
trabajando rutinas. Hay algunos aprendizajes que los puedo desarrollar de
manera simultánea en los grupos que tenga, solo cambia el nivel de complejidad
de la actividad, pero hay casos donde no es posible. También hay proyectos
que puedo desarrollar de manera conjunta
y eso optimiza mi trabajo que puede llegar a ser de mejor calidad.
Muchas veces
reniego del sitio donde estoy, porque me parece que falta todo, que no veo
resultados, que los niños no avanzan, que falta un norte y el sur también, que
no nos hemos apropiado de nada, que, que que.. son muchos los "que" que me
agobian. Pero cuando hablo con mi compañero de camino, a quien le tengo gran
admiración y respeto como maestro que es, me hace sentir que tenemos demasiado, que mis
niños son los mejores, que avanzan y tienen mejores competencias que los del
pueblo, que no necesitamos ni el norte ni el sur porque tenemos el oriente y el
occidente para desplazarnos, que la falta de apropiación puede ser esa búsqueda
de hacer mejor lo nuestro, entonces esos “que” ya no me agobian sino que me
ubican en mi realidad, en mi contexto, en lo que tengo, y es solo con eso con
lo que debo contar.
Para terminar, solo
tengo que decir que la universidad me dio un título de licenciada, pero el
camino me ha hecho maestra, cada vez que me apodero de mi experiencia, cada vez
que reflexiono sobre mi quehacer y lo modifico de ser el caso, cada vez que veo
que mis estudiantes, no necesitan tanto que aprender como si mucho que valorar.
Luz Marina
Quintero Moncada
Mayo 25 de
2016
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