viernes, 1 de abril de 2016

UN ADIÓS A LA NIÑA: LA MAS FIEL COMPAÑERA





Sin tener pedigrí, ni siquiera la claridad de donde nació o quieres eran sus dueños, llego a convertirse en la más importante de la sede MARISCAL ROBLEDO.  La más humilde de todas, quien vivió sin darle importancia al desprecio del que era víctima por muchos visitantes de la escuela, incluidos algunos de los profesores.  La que libró y ganó la batalla al abandono de sus amos, a la pérdida de su ojito y a la ausencia de cuidados elementales: LA NIÑA.

Y utilizo el articulo LA para determinarla, porque no era solo niña, era La Niña de la Escuela; aquella que fue abandonada por sus dueños a la orilla de Piedras de Moler en un frio marzo del año 2006. La que aparecía en cada recreo en busca de comerse las migajas que los niños dejaban de sus loncheras.  La que se fue sintiendo amada y acogida por los niños y niñas de la escuela, quienes siempre disponían un bocado para ella. La que se sintió tan cómoda, que se quedó a vivir como dueña y señora de la escuela.

Todos los días durante el recreo, llegaba una pequeña perra de color café y pelos despeinados (por el desorden de su pelo siempre me recordaba a mi hija); se quedaba el tiempo suficiente para comer las sobras que dejaban los niños y jugar un rato con ellos, pues por su mansedumbre y humildad, se volvió el juguete preferido de todos. Tan a gusto estaba, que se quedó definitivamente.

Para entonces, estaba como rector en la Institución don Carlos Humberto Hernández Hidalgo, quien cada vez que la veía decía que había que hacerla ir, pues era peligroso porque podía morder a los niños; pero la perrita confianzuda no se iba y los niños encariñados con ella no la echaban.  Don Carlos Humberto, de tanto verla por la escuela, se fue encariñando con ella, hasta que autorizo que se quedara. 




Para aquella época, se implementaba  el programa “psicólogos en las escuelas” y la Institución tenía como apoyo a la doctora Martha Cecilia Gómez Echeverry. Con ella, y el profesor Elkin Darío Gómez Valderrama, quien para la época era parte de los maestros de la sede, organizamos la bienvenida de la perrita despeinada.  Esa bienvenida incluía ponerle un nombre para distinguirla. Fue así como se hizo un concurso de nombres; por grupos, los niños escogieron varias alternativas y por mayoría de votación gano LA NIÑA.

Se preparó la actividad para un lunes, donde se bañaría y se pondría el nombre a la perrita. Paso el día, dos, tres… y no llego la perrita. Pensamos que seguramente se la habían llevado, pues por la comunidad no se había escuchado que algún carro hubiese accidentado a algún animal. En la escuela, se sentía la ausencia de la perrita y los niños manifestaban su tristeza.




A la semana siguiente llegó  la perrita; traía un ojito colgando. Nunca supimos que clase de accidente tuvo. Lo cierto es que por tantos días de estar herida y no tener la atención veterinaria correspondiente, La Niña perdió su ojito.

Se aprovechó este triste momento y la presencia de la psicóloga Martha Cecilia, para mostrarles a los niños que el valor de los seres que nos rodean, no está en la apariencia, sino en los sentimientos nobles que nos despiertan.  En ese año, estaba en la escuela Albertico, el más cansón de los niños, quien siempre manifestaba dificultades para integrarse, cumplir ciertas normas o deberes académicos; fue quien más lloro por la situación de La Niña, y desde allí, empezó a notarse un cambio positivo en Albertico.

Con la jubilación de don Carlos Humberto, llega a la Institución como rector don Alberto Ospina Piñeros: nuevos cambios de personal, de metodología, de ambientes y sobre todo, de atenciones para La Niña.  Pues don Alberto, que es el más noble de los seres humanos, se enamoró de inmediato de La Niña.

Cada mañana, llegaba con los pandebonos exclusivos para ella. De esta forma, pasaron los años, y La Niña, ama y señora de la Escuela vivía feliz.  Tenía la protección y atención de don Alberto, los cuidados de Melisa Fajardo, la hija de los caseros y el amor de los niños. Seguro que esa fue su época más feliz.

Siempre recordare con gran admiración, el día que don Alberto se jubiló y partió de la escuela; siempre recalcaba que no abandonaran a La Niña, y que si algo le faltaba le avisaran que si le tocaba él le buscaría un lugar donde tenerla; si esa no es la manifestación más sublime del amor, no se entonces que será¡

La Niña, se volvió parte del inventario de la escuela: la invitada principal de cada izada de bandera, de cada reunión de padres de familia, de cada microcentro, de cada recorrido por el sendero… hasta le semana pasada, cuando dejó de existir.




Al regreso de las vacaciones de semana santa, nos encontramos con el vacío que dejo la muerte de LA NIÑA.


Casi no hablamos de ella, pero estoy segura que cada niño, cada maestro, cada rector, cada secretaria y cada persona que haya conocido a La Niña durante estos diez años, la recordara como la más fiel compañera.


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