Sin tener pedigrí, ni siquiera la claridad de donde nació
o quieres eran sus dueños, llego a convertirse en la más importante de la sede
MARISCAL ROBLEDO. La más humilde de
todas, quien vivió sin darle importancia al desprecio del que era víctima por
muchos visitantes de la escuela, incluidos algunos de los profesores. La que libró y ganó la batalla al abandono de
sus amos, a la pérdida de su ojito y a la ausencia de cuidados elementales: LA
NIÑA.
Y utilizo el articulo LA para determinarla, porque
no era solo niña, era La Niña de la Escuela; aquella que fue abandonada por sus
dueños a la orilla de Piedras de Moler en un frio marzo del año 2006. La que aparecía
en cada recreo en busca de comerse las migajas que los niños dejaban de sus
loncheras. La que se fue sintiendo amada
y acogida por los niños y niñas de la escuela, quienes siempre disponían un
bocado para ella. La que se sintió tan cómoda, que se quedó a vivir como dueña
y señora de la escuela.
Todos los días durante el recreo, llegaba una pequeña
perra de color café y pelos despeinados (por el desorden de su pelo siempre me
recordaba a mi hija); se quedaba el tiempo suficiente para comer las sobras que
dejaban los niños y jugar un rato con ellos, pues por su mansedumbre y
humildad, se volvió el juguete preferido de todos. Tan a gusto estaba, que se quedó
definitivamente.
Para entonces, estaba como rector en la Institución don
Carlos Humberto Hernández Hidalgo, quien cada vez que la veía decía que había que
hacerla ir, pues era peligroso porque podía morder a los niños; pero la perrita
confianzuda no se iba y los niños encariñados con ella no la echaban. Don Carlos Humberto, de tanto verla por la
escuela, se fue encariñando con ella, hasta que autorizo que se quedara.
Para aquella época, se implementaba el programa “psicólogos en las escuelas” y la Institución
tenía como apoyo a la doctora Martha Cecilia Gómez Echeverry. Con ella, y el
profesor Elkin Darío Gómez Valderrama, quien para la época era parte de los
maestros de la sede, organizamos la bienvenida de la perrita despeinada. Esa bienvenida incluía ponerle un nombre para
distinguirla. Fue así como se hizo un concurso de nombres; por grupos, los
niños escogieron varias alternativas y por mayoría de votación gano LA NIÑA.
Se preparó la actividad para un lunes, donde se bañaría y
se pondría el nombre a la perrita. Paso el
día, dos, tres… y no llego la perrita. Pensamos
que seguramente se la habían llevado, pues por la comunidad no se había escuchado
que algún carro hubiese accidentado a algún animal. En la escuela, se sentía la
ausencia de la perrita y los niños manifestaban su tristeza.
A la semana siguiente llegó la perrita; traía un ojito colgando. Nunca supimos
que clase de accidente tuvo. Lo cierto es que por tantos días de estar herida y
no tener la atención veterinaria correspondiente, La Niña perdió su ojito.
Se aprovechó este triste momento y la presencia de la psicóloga
Martha Cecilia, para mostrarles a los niños que el valor de los seres que nos
rodean, no está en la apariencia, sino en los sentimientos nobles que nos
despiertan. En ese año, estaba en la
escuela Albertico, el más cansón de los niños, quien siempre manifestaba
dificultades para integrarse, cumplir ciertas normas o deberes académicos; fue
quien más lloro por la situación de La Niña, y desde allí, empezó a notarse un
cambio positivo en Albertico.
Con la jubilación de don Carlos Humberto, llega a la Institución
como rector don Alberto Ospina Piñeros: nuevos cambios de personal, de metodología,
de ambientes y sobre todo, de atenciones para La Niña. Pues don Alberto, que es el más noble de los
seres humanos, se enamoró de inmediato de La Niña.
Cada mañana, llegaba con los pandebonos exclusivos para ella. De esta forma, pasaron los años, y La Niña, ama y señora de la Escuela vivía feliz. Tenía la protección y atención de don Alberto, los cuidados de Melisa Fajardo, la hija de los caseros y el amor de los niños. Seguro que esa fue su época más feliz.
Cada mañana, llegaba con los pandebonos exclusivos para ella. De esta forma, pasaron los años, y La Niña, ama y señora de la Escuela vivía feliz. Tenía la protección y atención de don Alberto, los cuidados de Melisa Fajardo, la hija de los caseros y el amor de los niños. Seguro que esa fue su época más feliz.
Siempre recordare con gran admiración, el día que don
Alberto se jubiló y partió de la escuela; siempre recalcaba que no abandonaran
a La Niña, y que si algo le faltaba le avisaran que si le tocaba él le buscaría
un lugar donde tenerla; si esa no es la manifestación más sublime del amor, no
se entonces que será¡
La Niña, se volvió parte del inventario de la escuela: la
invitada principal de cada izada de bandera, de cada reunión de padres de
familia, de cada microcentro, de cada recorrido por el sendero… hasta le semana
pasada, cuando dejó de existir.
Al regreso de las vacaciones de semana santa, nos
encontramos con el vacío que dejo la muerte de LA NIÑA.
Casi no hablamos de ella, pero estoy segura que cada
niño, cada maestro, cada rector, cada secretaria y cada persona que haya
conocido a La Niña durante estos diez años, la recordara como la más fiel
compañera.
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